esta persona no esté viviendo activa y poderosamente como discípulo de Jesucristo e hijo de Dios. El Nuevo Testamento no hace distinción entre «ser creyente» y «ser discípulo» y si a veces la ha habido en nuestra evangelización, es por no haber entendido ni el mensaje que predicamos ni nuestro objetivo como evangelistas. En nuestro afán de números hemos caído en la trampa de presentar sólo el lado «positivo» del Evangelio (todo lo que Dios nos ofrece en
Pages 34–35